La evolución orgánica se parece a la evolución de una conciencia, en la que el pasado ejerce presión sobre el presente y origina el ciclo de una nueva forma de conciencia, inconmensurable en relación con sus predecesoras. – Henri Bergson
La herencia es una forma de memoria orgánica inconsciente. – Samuel Butler
Muchas personas se han lesionado o enfrentado con dificultades al practicar danza clásica y se considera que la causa está en lo antinatural del lenguaje de movimiento. Tal vez sea necesario diferenciar lo natural de lo heredado, ya que la adaptación y evolución también son naturales. Creo que el problema no ha sido tanto del lenguaje de este estilo de danza, como de la falta de un conocimiento que le permita al cuerpo desarrollar las habilidades para realizar una actividad no habitual. La naturaleza biológica es una fuerza vital que preserva la existencia de cada individuo y la de su especie, un impulso de supervivencia que sucede mediante dos fuerzas opuestas: el aprendizaje heredado y la adaptación al cambio. Memoria e innovación. La fuerza de la herencia se plasma mediante hábitos que transfieren al presente el aprendizaje de lo ocurrido en el pasado. Esto ocurre a través de un mecanismo que opera de modo inconsciente: la memoria. “Los organismos vivos parecen tener en su interior algún tipo de memoria. Los embriones se desarrollan según modelos que repiten el desarrollo de sus antepasados. Los animales tienen instintos que parecen encerrar experiencias ancestrales. Y todos los animales pueden aprender; elaborar hábitos propios.”2 Rupert Sheldrake en su libro La presencia del pasado, se pregunta acerca del mecanismo de la herencia: “¿Son las leyes de la naturaleza realmente inmutables o cambian? ¿No serán las leyes de la naturaleza hábitos de la naturaleza que han crecido con la propia naturaleza? ¿No existirá alguna clase de memoria en el mundo natural?”3 En su libro, el autor explora la posibilidad de que los hábitos sean inherentes a la naturaleza de todos los
2Rupert Sheldrake, La presencia del pasado. Barcelona, Editorial Kairós, 1990.
3Ibid.
organismos vivos, de los cristales, las moléculas, los átomos y todo en el universo. Propone que la regularidad que se observa en la naturaleza, el modo en que los animales se desarrollan, piensan, en su instinto, en el crecimiento de las plantas, la formación de cristales y, en definitiva, todas las características del mundo natural son realmente hábitos, costumbres, en vez de acontecimientos gobernados por leyes inmutables. “Los hábitos se desarrollan con el paso del tiempo; dependen de lo que ha sucedido anteriormente y de la frecuencia con que sucede. No vienen dados con antelación por leyes eternas independientes de lo que sucede, e independientes incluso de la existencia del universo. Los hábitos se desarrollan en la naturaleza; no son impuestos en un mundo hecho.”4
En cada célula y en la estructura de nuestro cuerpo, está activo el recorrido de la vida que nos ha dado la forma y los hábitos que tenemos como humanxs. El pasado se cruza con el presente en cada aprendizaje, en cada reacción química y emocional que nos ocurre. Las mismas fuerzas que originaron la vida en nuestro planeta están activas en nosotrxs y continúan creando a cada instante. Así, lo que fue una hazaña en un determinado momento, como el acto de encender el fuego, erguirse, aprender un lenguaje o haber creado la rueda, hoy forma parte de nuestra vida cotidiana. De este modo, la herencia o lo aprendido en el pasado resguarda nuestra supervivencia mediante el deseo de lo conocido, de aquello que nos brinda confort, familiaridad y previsibilidad. Con estas premisas, no pasaremos hambre, frío, soledad y lograremos cubrir las necesidades básicas que tenemos como especie. La herencia es una fuerza que condiciona la experiencia presente ya que nos conduce a un estado de anticipación de los sucesos, para intentar prevenirnos del peligro de lo desconocido. Nos lleva por el surco que nuestros pasos o los de nuestrxs ancestrxs han marcado de tanto andarlo. Ese camino conforma la estructura material de un hábito, un reflejo, una red neuronal, la forma de mirar un cuerpo. Ello proporciona grandes beneficios como evitar caer continuamente en el mismo error y que no tengamos que pensar en cada cosa que hacemos como si fuese la primera vez; y, en parte, es gracias a esto que podemos dedicarnos a otras cosas. Pero si esta fuera la única fuerza que actuara en nosotrxs, no podríamos aprender, adaptar nuestro cuerpo y el campo de la realidad a lo nuevo que surge. La herencia es un mecanismo de transmisión de
4Ibid.
información de una generación a otra sobre lo aprendido para manifestar la vida en un tiempo y espacio determinado. Por esto, ciertos patrones van mutando con el tiempo así como otros se conservan. El saber que viaja en nuestros hábitos se ha construido en un momento determinado de nuestro recorrido individual o como especie, en función de las necesidades del contexto interno y externo. Es probable que estas sean las variables que determinan la vigencia de un hábito: mientras no sienta fricciones y su actividad siga siendo necesaria, tenderá a permanecer. Pero si las condiciones se modifican lo suficiente, desde el entorno —o el interior— se ejercerá la presión necesaria para que el patrón de información que es un hábito tenga que mutar. Lo nuevo brota del mundo vivo siempre en movimiento, pero también nace de la repetición, ya que hacer dos, tres o cien veces “lo mismo” produce un efecto muy distinto, a veces inimaginable. Así, en la médula de nuestra naturaleza de conservación a través del hábito, ya está imbricada la fuerza del cambio.
El desarrollo humano ha sido posible gracias a la tensión básica entre el saber heredado (que preserva y, para ello, necesita conocer y conservar los sucesos en forma de hábitos) y el impulso hacia lo nuevo y, por ende, desconocido; es decir, el impulso hacia el misterio. Es importante comprender que el ser humano vive en esa doble tensión: una fuerza que lo “tensa hacia atrás”, a lo conocido donde se hallan los patrones que forman la estructura actual de nuestro cuerpo y nuestra vida; y otra fuerza que lo “tensa hacia adelante”, hacia lo que aún no existe y, por ello, es pura posibilidad. Como seres vivos no podemos evitar sentir dentro nuestro el pulso de esta doble fuerza: la naturaleza biológica que protege nuestra vida actual, que percibe como amenazadora la posibilidad de cambio y novedad; y la otra naturaleza que percibe el cambio constante, y sabe que si deja de adaptarse a lo que emerge tampoco podrá sobrevivir. Esa fuerza nos arroja al misterio que hay dentro de cada unx y que habita en la médula del mundo; nos empuja a lo inconmensurable y desconocido que en definitiva somos.
Más allá de lo que prevalezca en cada época y cultura, ambas fuerzas nos han conducido al momento actual. Esta es nuestra naturaleza como humanxs. El impulso a lo nuevo ha sido la causa de todas las adaptaciones, mutaciones y emergencias que como seres vivos transitamos en nuestro planeta. Y, por otro lado, la memoria de la vida que da forma a la estructura de cada célula del cuerpo y a nuestra vida actual. Por ello, cada vez que trabajamos sobre nuestros hábitos o sobre la organización actual de nuestros tejidos físicos, estamos movilizando las fuerzas ancestrales que crearon esa estructura. Pero la mayoría de las veces, el impulso de misterio que nos habita nos empuja a paisajes para los que la biología corporal aún no está preparada. Cada gesto hacia el misterio extrema la doble tensión que mora en nosotrxs: ¿cómo producir un cambio o acceder a una nueva posibilidad sin negar la sabiduría de milenios que construye nuestra estructura corporal y nuestro mundo? Cambiar un hábito arraigado a veces se asemeja al intento de anular la gravedad o desacelerar el tiempo. Cada novedad desafía las creencias que construyeron nuestra realidad, algo como una herida, un rasguño en la textura del presente. Y aun así, esa es la historia de nuestro recorrido como humanidad: con cada innovación una ley se quiebra y la vida se renueva.
El pulso al misterio bombea desde nuestro centro como la sangre misma, y en su impulso de extrañeza nos arroja cada vez a lo imposible. Y es posible, entonces, que algunas de nuestras elecciones no sean compatibles con la biología actual del cuerpo. Creo que este es el caso de la danza clásica, donde las habilidades físicas que requiere su práctica no son habituales para lxs seres humanxs. Implica un desafío a los saberes que hemos tenido sobre las posibilidades del cuerpo y requiere, como consecuencia, una adaptación de nuestros hábitos. El invento humano de la danza clásica trae consigo el pedido de amplia rotación externa de las piernas, de disponer el eje del cuerpo hasta la punta de los pies literalmente, y con estos condicionamientos, se tiene que saltar, girar, hacer pausas, bailar a velocidades altísimas o muy lentas, tener precisión y fluidez, flexibilidad para estar en posiciones de amplia extensión sostenidas en el aire, en el piso y en saltos. Pero no creo que la extraña naturaleza de esta danza sea el problema que produce las lesiones e imposibilidades, sino que hayamos olvidado que para acceder a un nuevo territorio humano y permitir la emergencia de lo inesperado, necesitamos hacer adaptaciones respecto de cómo hemos utilizado nuestro potencial hasta ahora. Precisaremos innovar y desarrollar otros modos de estar-hacer para acceder a la propuesta extraña.
En realidad, creo que cada nuevo territorio que va habitando el ser humano, de una u otra forma se desarrolla poniendo en tensión la robustez que lo preserva, ya que requiere una adaptación de sus habilidades presentes (provenientes de lo que ha hecho en el pasado) para acceder al cuerpo, la emoción, el pensamiento que le implica la nueva actividad, creencia, pensamiento, tecnología, etc. Hay muchas técnicas de danza o del deporte que son una pregunta por el potencial humano, incluso mucho más extrema que la de la danza clásica, y por ello requieren de un nuevo conocimiento para poblar esa evolución. Quizás la dificultad radique en que, con frecuencia, se pretende habilitar un nuevo potencial del cuerpo sin respetar su naturaleza biológica, es decir, hereditaria. La doble naturaleza que nos habita siempre sucede de modo dialéctico. Para activar una fuerza hay que tensar la otra. Desarrollar el aspecto misterioso que tiene un ser humano, abriendo paso a la emergencia de lo inesperado, requiere ponerse en diálogo con todo lo que hemos aprendido hasta ahora y está plasmado en nuestra estructura actual. Cuanto más extraño es el invento, mayor es el requerimiento de adaptación para el cuerpo; así, cuanto mayor es la exigencia física de una actividad, mejor necesitamos utilizar su potencial biológico. Las lesiones, por ejemplo, revelan una relación poco amalgamada entre el potencial misterioso y la potencia heredada. Así como lo nuevo siempre acontece dentro nuestro o desde el entorno, y con ello nos genera nuevas ideas, deseos, sueños, aperturas, no podemos ignorar nuestro cuerpo biológico, material, donde habita la herencia de toda la humanidad. En el cuerpo pulsa tan fuerte la memoria ancestral como el arrojo al misterio. En cada cambio no bastará solo desear o visionar nuevas posibilidades, sino que habrá que hacer confluir todo ello con nuestra realidad material y marcada por lo que hemos hecho antes. Sabemos que no podremos movernos en nuevos paradigmas solo con pautas y conocimientos que preserven el pasado, pero tampoco podremos movernos en nuevas posibilidades sin considerar la naturaleza biológica plasmada en la estructura de nuestro cuerpo. Necesitaremos desarrollar nuevas habilidades para estar en este presente y desde aquí dejarnos extrañar (evolucionar).
Siempre hay huella en el cuerpo: de la historia de la vida, de nuestros ancestros y de lo que hemos sido hasta el día de hoy. Cada vez que un hábito se instala, pasa a ser información inconsciente que se vuelve parte de la estructura que nos conforma, dando habilidades y condicionamientos específicos. No hay hábitos buenos o malos; los hábitos son información que se plasma en nuestra vida, y ello requiere un hondo registro para contemplar cómo se relaciona la información adquirida con el contexto actual. Podemos encontrar la potencia de la organización actual o modificar algo de su trama, si las huellas del pasado que dan forma a nuestros hábitos nos impiden habitar el paisaje actual (un entorno, actividad, relación, etc.). Como les ocurrió a muchos de mis estudiantes, cuando decidí dedicarme a bailar me encontré con obstáculos: la relación entre la forma de mi cuerpo y el lenguaje de la danza clásica producía lesiones, ansiedades, imposibilidades técnicas y expresivas que me frenaban una y otra vez. El límite que proponía esta danza, al estar más alejada del movimiento orgánico o conocido históricamente para el cuerpo, me condujo a extremar la necesidad de conocer su naturaleza. Una serie de lesiones y dificultades de movimiento me permitieron investigar no solo el cuerpo humano y el lenguaje de la danza clásica, sino también la tensión entre estos territorios. El límite era tan claro que me propuso dilatar la tensión entre ambas fuerzas. Ensanchar el diálogo entre lo aprendido y el misterio me condujo a encontrar un modo particular de comprender mi hacer; una voluntad que respetaba mi biología actual y, a su vez, dejaba abierta la posibilidad para el cambio.
Justamente en el requerimiento de un cuerpo imposible, como el invento que la danza clásica era para mí, pude descubrir algo de la naturaleza del cuerpo, que hasta entonces se me escapaba. Su cualidad entramada, vincular, íntegra en sus diversas partes, curva, dual, trinitaria, espiral, toroidal, múltiple, permanente gracias a su impermanencia, etc. Una naturaleza que no había escuchado ni había podido pensar antes. A través de la exploración de las líneas de flujo que conectan el cuerpo de un modo armonioso, en circuitos espirales inmersos en una dinámica toroidal, la práctica nos devela el pensamiento de red. Fue revelador encontrar que gracias a extremar la tensión entre lo habitual y lo extraño, entre la permanencia y el cambio, surgieran posibilidades en el cuerpo que van más allá de sus capacidades aprendidas y, al mismo tiempo, las respeta; que apareciera una nueva mirada respecto del cuerpo y mis modos de hacer. Un inesperado pensamiento para hacer algo nuevo.
A lo largo de los años, he observado mucho este proceso en varias personas con posturas muy diferentes al arquetipo físico buscado para el ballet. Ellas desplegaron su potencial para danzar y también sanaron las lesiones que se generaban en este lenguaje, debido al carácter no habitual de sus movimientos. Con el tiempo, también fueron llegando a las prácticas personas lesionadas por hacer danza contemporánea, yoga, artes marciales, música, deporte. Es decir, personas que se encontraron con dificultades al realizar actividades aún más biológicas que la danza clásica. A través de la aplicación de las pautas espirales, de red y demás que presento en mi libro, pudieron sanar y mejorar la técnica de su actividad específica. En todos estos casos casos, fuimos encontrando un modo posible para acceder al potencial y estar en armonía con las actividades elegidas por ellxs, aun cuando los requerimientos técnicos de un lenguaje o de una búsqueda en particular no estuvieran facilitados para la posibilidad actual de sus cuerpos. La técnica siempre tiene que ver con habilitarse, más que con dar una información determinada.
Me resulta además interesante la paradoja que brota de estas reflexiones, en las que propongo la danza clásica como una posibilidad misteriosa y evolutiva para el cuerpo, cuando, en la formación actual en la danza, se la considera como lo heredado, lo viejo y, por ello, se aborda el cuerpo con técnicas más biológicas. Creo que mayormente de esto trata esta reflexión, de observar que tal vez no sea más novedoso dedicarnos a actividades más orgánicas, sino, en cambio, desarrollar en cada persona la habilidad de habitar su pulso hacia el misterio. Me importa entonces repensar la danza clásica, y no solo volcar la investigación de movimiento a las técnicas de danza contemporánea, como si el problema únicamente fuera de lenguaje, de estética. Creo que necesitamos cuestionar de manera más profunda cómo pensamos el cuerpo, por qué hay lesiones y las diversas dificultades en fisicalidades supuestamente no aptas para la danza. No creo que se trate de hacer o no danza clásica, sino de cómo nos relacionamos con el potencial del cuerpo, ya que utilizar en verdad el potencial humano es enfrentarnos a sus límites biológicos.
¿Cuál es el límite de un cuerpo? ¿Cuál es la potencia de cada límite?
¿Qué es lo natural? ¿Qué es lo orgánico?
¿Dónde se ubica la noción de aprendizaje, cambio o comodidad?
¿Por qué cuesta cambiar? ¿Es necesario cambiar?
¿Qué es lo inevitable en el proceso de estar vivos?
¿Cómo se facilita el proceso de cambio de hábitos de hacer, de pensar y de sentir?
¿Qué es una experiencia?
Tal vez no sepamos hoy cuál es el límite de nuestro potencial, pero sí podamos expandir las posibilidades que nos ofrecen nuestras limitaciones presentes. Una lesión, un cuerpo que no es armónico respecto de las necesidades de la actividad que se elige o cualquier motivo que invite a desplegar la potencia de nuestra danza, es una posibilidad para dilatar la tensión básica que nos constituye como humanxs. Algunos métodos proponen resguardar la naturaleza biológica del cuerpo, evitando intervenirla, y me pregunto si es necesario y, más aún, si es posible dejar de hacerlo. No somos seres únicamente biológicos desde que encendimos el fuego y nos preguntamos por las estrellas. De modo estricto, nada de lo que hacemos lo es. Ni tocar el violín, ni leer, ni danzar, ni la ciudad, ni el estudio. Tal vez precisemos profundizar la pregunta acerca del aspecto biológico del ser humano. En estos años de práctica, me ha sido necesario contemplar en el humanx las fuerzas que preservan su vida material y de especie, con toda su sabiduría ancestral, tanto como aquello que sueña, piensa, crea, pregunta, siente, imagina, necesita, propone y no sabe. Hay métodos que procuran no intervenir la respiración o evitar movimientos en rotación externa, para no alterar las funciones biológicas; pero, ¿no es acaso la naturaleza humana también su necesidad y capacidad de autoorganizarse, es decir, de participar en la construcción de lo que se es? ¿No es eso lo que nos permitió evolucionar y alcanzar saberes acerca de nosotrxs mismxs, nuestros orígenes cósmicos y reconocer el potencial biológico presente en la maravillosa vida del cuerpo y en la naturaleza? Durante mucho tiempo, las prácticas corporales estuvieron intervenidas por informaciones externas sin que se respetara la biología del cuerpo. Por esta razón, fue necesario que construyéramos pensamientos que revaloricen el saber y la naturaleza del cuerpo. Pero ¿negar la potencia del aspecto misterioso, curioso y la emergencia de lo inesperado no será tan poco saludable como haber ignorado su potencial biológico? La práctica me conduce a preguntarme, cada vez, de qué trata ser humanx. Definir qué es su biología y negar su participación tal vez sea rechazar algo vital de su naturaleza. Tal vez sea la imposibilidad de definición lo que más humanx lo vuelve. La implicancia de esta reflexión se extiende directamente a la práctica, ya que si solo preparamos, entrenamos, concebimos el cuerpo desde su salud biológica: ¿cómo podremos estar en regiones no sabidas de la experiencia, en espacios misteriosos, en tiempos inesperados?, ¿cómo podremos estar horas y horas danzando en las puntas de los pies o invertidos?, ¿cómo podremos estar horas y horas en quietud, o tocando un instrumento, o escribiendo, o cantando?
No hay arte, deporte, ni actividad humana actual que respete los requerimientos saludables del cuerpo, desde un punto de vista biológico. Por ello, creo que necesitamos incluir su naturaleza de misterio en los entrenamientos. Una práctica que respete la tensión básica humana de ser este cuerpo biológico junto con su naturaleza de pregunta, grito y silencio. Una práctica que deje una apertura al potencial, a la posibilidad de volver a encender su fuego y evolucionar en el misterio.