Un estudio de la dinámica curva y de las interacciones que posibiliten recibir, hilvanar y reciclar las fuerzas en juego.
Hilvanar el movimiento es, tal vez, uno de los últimos pasos del estudio del hacer, del tono de la voluntad, que nos permite entrelazarnos a las diversas fuerzas sin que ninguna mitigue a la otra. En esta rama del sistema NFCD buscaremos entrar en contacto con las corrientes que provoca nuestro hacer, un objeto, una propuesta, una danza y probar diferentes modos de interactuar con sus flujos de actividad.
Nos propondremos estudiar la convivencia de corrientes de diferentes intensidades, densidades, velocidades, direcciones y preguntarnos:
¿desde dónde me muevo? ¿dónde nace un movimiento individual?
El entorno y lo interno llenos de sí mismos, de sustancia viva, marea de danzas. Así, nos lanzaremos al pulso de la mixtura como al entrar en un río: dejándonos mover por su brío. Así, aprender a hacer como un flujo más que hacer cosas, hacer acciones o hacer definiciones. Exploraremos hacer ríos, hacer mareas, hacer texturas sin detener su auge ni accionar por fuera de su potencia. Dejaremos entonces que aparezca la curva como una estrategia para hilvanar toda caída, para incluir los desvíos, torcer los exilios, reciclar lo perdido y fundirse en la ola que retorna su partida.
Y así, tocar las fuerzas, ser las fuerzas, perderse en las fuerzas, generar corrientes, arrojarme a la marea, dejarte mecer, arremolinar, llevar, conducir, mover, danzar, marear.
Recibir, hilvanar y reciclar las fuerzas para que su torrente sume exuberancia a nuestra danza. Que la curva de un brazo no termine en el brazo sino que mueva al tronco, al muslo, al pie. Y que sea movido por ellos, también. Que el tronco no sea una sede fija de referencia a las extremidades, sino el canal que las reúne y a su vez dispersa en el espacio, en otro cuerpo, en la tierra y en una caída. Que el cráneo ceda su control vertical para lanzarse al soporte de un pie, el cóccix o un antebrazo; y que en su arrojo -tan esférico, tan múltiple- descarrile a las vértebras apresadas. Que les permita reunirse en la posibilidad de un gesto recién inventado y no desde un sostén preconcebido. Que la mirada tense, traccione y convoque a los tejidos, tanto como una mano que toca la tierra y arrastra a las demás partes con ella.
Que la intención sume cascadas de actividad, más que guiar en una dirección por fuera de la tormenta o el florecimiento presente del cuerpo.
La circulación de fuerzas es la fiesta de la vida manifiesta. Necesitamos apoyar nuestros modos de hacer y pensar como una hoja, apenas, sobre las corrientes que atraviesan las cosas y no en las cosas, ya que en última instancia, no existen de ese modo.
Ubicar la preciosa potencia de nuestro estar y atender en la danza que se es.
“Cuando dos o más líneas de flujo, procedentes de direcciones opuestas se encuentran entre sí, se produce a menudo un vórtice.” Atilio Marcolli
Acerca de la propuesta Hilvanar la gravedad
Hilvanar el movimiento es tal vez uno de los últimos pasos del estudio del hacer, del tono de la voluntad, para conectar con las otras fuerzas sin que ninguna mitigue a la otra. Antes de ello fue necesario aprender a sentir los movimientos que suceden en el cuerpo y contemplar en la quietud de la voluntad el pulso vivo en cada célula, las mareas que ocasiona el respirar hasta sentir las diversas respiraciones, el fluir de la sangre, los estímulos nerviosos, descubrir los gestos de retención que no se dejan tocar por aquella marea y todo gesto que hoy es nuestra postura. Fue necesario aprender a modular la voluntad para acompasarse a la actividad de ese pulsar, para abrir, para conectar. Bajar tanto el nivel de la voluntad hasta que la gravedad se vuelva un concepto con peso, y aprender a hacer con esa fuerza. Que aparezcan entonces los impulsos, diversos impulsos desde las potencias de cada parte del cuerpo. Conocer cada fuerza implicada en esta danza, dejarse mover por todo ello y participar moviendo.
Los sistemas que siempre están encendidos, como la escucha y la piel, así como la acción de gravedad y del espacio, son tan habituales que en general es difícil advertir su actividad. A veces no es tan simple reconocer que el movimiento no surge en el cuerpo sino en la relación de fuerzas de todo el entramado. Descubrir que la danza nace dentro nuestro tanto como en el espacio y en los movimientos de otros cuerpos. Percibir la afección de la gravedad despierta nuestro vínculo con la Tierra, el sistema planetario y en el universo en sí. Esta percepción nos impulsa a mover con las fuerzas de la vida en vez de hacerlo solo desde unx mismx. Es un trabajo de descentramiento del yo que permite abrir nuestras compuertas y nos entrelaza al mundo. ¿Qué sentido tiene el barco sin el mar? No existe el yo separado del entorno. Son los vientos, las corrientes, las fuerzas del mundo quienes nos ofrecen la danza.
Producir movimiento desde la fuerza muscular aislada, concentra y gasta demasiada energía; en cambio, dejar actuar a las otras fuerzas que nos constituyen nos permite mover con economía y eficacia. Al abrirnos al caudal de movimiento que es la fuerza de gravedad podemos economizar los recursos y acceder a una experiencia de integridad. Al soltar un gesto, una parte del cuerpo o cualquier movimiento que ingrese al cuerpo, se libera un caudal que mueve la marea total de fuerzas. Al hacer (impulsarse) en el mismo instante en que se suelta se puede hilvanar (utilizar) y reciclar ese caudal de fuerza para que este participe en la danza. Es la manera en que realmente se reúnen nuestro hacer y la gravedad al movernos. En general, hay una tendencia a soltar todo o hacer todo provocando exceso o carencia en el tono de la danza.
Cuando arrojamos una pelota al aire, aquel impulso se equilibra con la acción de la gravedad hasta detenerse, para luego caer. En la caída de los cuerpos hay una fuerza enorme que si la utilizamos junto con el hacer voluntario nos permite impulsar con menos esfuerzo muscular y con mayor integridad a las fuerzas presentes. Cada flexión o cada dirección hacia la Tierra tienen la potencia de la caída, de la atracción que ejerce la gravedad. Es por esto que si retenemos las flexiones, el peso “pasa de largo” y no podemos reciclar esa fuerza para movernos hacia el espacio, o lo hacemos a costa de esfuerzos aislados.
Este es el estudio que realizamos con pelotas de arena, para aprender a recibir el peso sin frenar su caída. Así tratamos de encontrar el tono para que nuestro cuerpo sea el puente de aquel movimiento entre la Tierra (la caída) y el espacio (la pulsión). El movimiento de las pelotas es como el de la respiración, un pulsar.