
Vivir sin sufrimiento: el testimonio de Sabrina Monasterio
Les compartimos el testimonio de Sabrina Monasterio, estudiante de Naturaleza de la Fuerza en el Cuerpo y la Danza (NFCD) muestra un recorrido atravesado por dolores crónicos y diagnósticos médicos desde la infancia. Con espina bífida y escoliosis, transitó por distintos tratamientos, ejercicios y búsquedas sin encontrar alivio. Su llegada a las clases de Alineación, entrenamiento interior de las fuerzas marcó un cambio de perspectiva comprendiendo que no se trataba solo de ejercitarse “sino de hacerlo tomando conciencia de cómo hacerlo”. Alineación es la rama medular del sistema NFCD. Junto con la práctica de Pranayama descubrió cómo la respiración podía aliviar el dolor al poner la "atención a esa zona dolorida para generar espacios y que pueda respirar”. La práctica de pranayamas proviene de un linaje del Yoga de la cultura Rishi que se estudia y comparte también con estudiantes del NFCD.
De esta manera el proceso fue dando lugar a otra vivencia y después de tantos años de sufrimiento Sabrina cuenta que disfruta cada vez que se da cuenta de que no le duele, y que, cuando aparece, sabe qué hacer. Agradece la lesión, porque gracias a ella conoció este trabajo y puede dar testimonio de que da frutos.
Testimonio Completo de Sabrina Monasterio:
“Nací con espina bífida en la quinta vértebra lumbar, lo cual, hasta donde tengo entendido, dio lugar a mi escoliosis. Me la detectaron cuando estaba en la escuela primaria y mi mamá me llevó al traumató- logo porque me veía siempre muy “torcida” y que me dolía el cuello y la espalda. Después de varias placas me dijeron que tenía escoliosis, híper-lordosis lumbar y cifosis cervical; todas las curvas “normales” las tenía invertidas. Me desarrollé a una edad muy temprana. En una placa salió que mi curvatura se había incrementado mucho y el doctor dijo que si al año siguiente llegaba a no recuerdo cuántos grados deberían colocarme un corset ortopédico. Para evitarlo, horrorizada de verme y caminar como un robot en séptimo grado (como había visto a otra chica de la escuela) comencé a exagerar el “estar derecha”, incluso sacando pecho. Paralelamente hacía natación (que hoy me doy cuenta que me hacia doler más porque no nadaba bien y se ve que el profesor no me prestaba demasiada atención), gimnasia postural y varias veces las típicas sesiones de kinesiología, a las que me mandaban para ver si me aflojaba un poco el dolor. Al año siguiente no había aumentado tanto la gradación y así pude evitar el corset, pero los dolores seguían y a los 14/15 años un doctor sugirió una operación de reducción de mamas, dado que al parecer era demasiado para una columna que no podía resistirlo. Como no quise consulté otros especialistas en columna y como un par no recomendaban dicha operación, ya que estaba en plena edad de crecimiento, decidí seguir con la gimnasia postural y en esos años efectivamente se fue desarrollando el resto de mi cuerpo. Los dolores seguían y yo seguía haciendo gimnasia y entrenando varias veces por semana. A los 20 empecé a bailar danza afro. Los dolores empeoraban. Me sugirieron operarme la columna y no quise porque temía no poder seguir bailando. Una vez me quedé dura caminando en la calle y me asusté mucho. Después de aproximadamente 5 minutos (que en ese momento sentí que fueron muchos más, dado que estaba sola en una calle oscura alrededor de la medianoche y no me respondía la pierna), logré seguir caminando, pero los dolores solo empeoraban. En esa época trabajaba en la barra de un bar, con lo cual estaba mucho tiempo parada, pero me empezó a doler tanto estar de pie que tuve que renunciar. No podía estar parada más de 5 minutos o caminar más de un par de cuadras que podía empezar a llorar del dolor de cintura. El doctor me dijo que hiciera reposo y dejara de bailar aunque sea un par de meses. Lo hice pero al mes mi depresión era tanta que decidí volver a bailar, tomando mayores precauciones. Se lo informé al doctor y fue así que optó por recetarme una faja ballenada que usé durante 2 años. Al poco tiempo dejé de bailar afro y comencé a bailar flamenco. Si bien el doctor planteaba que tampoco era lo más recomendable para mi espalda, dado el impacto en la columna del zapateo, yo sentía que me permitía un control mucho mayor de mi postura que el afro. Seguí buscando siempre hacer alguna clase de gimnasia postural, y como todos sabían de mis dolores siempre me recomendaban ir a conocer a distintos profesionales. Así llegué a las clases de Alineación, que me cambiaron por completo la perspectiva de todo y me hicieron dar cuenta que no era solo cuestión de hacer mucho ejercicio, como venía haciendo, sino de hacerlo tomando conciencia de cómo hacerlo. Los dolores seguían, pero mi mirada hacia ellos cambiaba día a día. Sentía que estaba bien encaminada. Comencé a prestar atención a todo lo que hacía, a cómo lo hacía, a cómo evolucionaba mi dolor, si siempre era de la misma intensidad, si se irradiaba a otra zona, si mejoraba o empeoraba con algún ejercicio en particular, etc. Sentía que ya no me imposibilitaban nada, que me sentía más fuerte a medida que iba formando mi “corset” natural por hacer ejercicios todos los días. Cuando incorporé la práctica de pranayamas la revolución interna fue aún mayor. No podía creer cómo toda la zona sacro-lumbar derecha, donde radicaba el dolor, se movilizaba intensamente mientras hacía los ejercicios de respiración, aunque para ello permaneciera sentada y quieta. Así capté que una manera de aliviar el dolor consistía en procurar enviar oxígeno y atención a esa zona adolorida para generar espacios y que pueda respirar. Paralelamente, como al principio me costaba mucho poder respirar por ambas fosas nasales, seguí la sugerencia de dejar los lácteos y las harinas refinadas a ver si eso mejoraba y “mágicamente” comencé a poder respirar por ambas narinas. Ese fue uno de los cambios más increíbles, ya que toda mi vida había vivido acostumbrada a no poder respirar de manera fluida, asumiendo que era muy alérgica y/o vivía resfriada. Incluso había comenzado a hacerme el tratamiento para las alergias con las vacunas y lo dejé al poner todas mis apuestas en la práctica de pranayamas. Con el trabajo y el foco que comencé a poner en la respiración se relajó mucho mi esternón (con una tendencia histórica a estar hacia afuera y arriba), lo cual derivó en una mejoría en mi zona cervical. A ello también contribuyó el hallazgo de los suspiros, y ahora no paro de suspirar a cada rato! Con cada suspiro se me relaja el pecho, especialmente cuando está comprimido. También siento últimamente una necesidad imperiosa de abrir grande la mandíbula y sacar la lengua, notando cómo eso repercute en mis cervicales. Y es otro de los descubrimientos que hice con este trabajo, la conexión tan fuerte que existe entre la mandíbula y las cervicales, siendo una persona que a raíz del fuerte bruxismo se rompió dos dientes. Abandoné vicios como el forzar torsiones varias veces al día para que me sonara la zona sacro-lumbar derecha, que era la que me dolía de manera crónica, cambiando ese hábito por movimientos más suaves, o de ejercicios, después de los cuales muchas veces sonaba, pero no porque yo lo forzara, con lo cual la sensación era completamente diferente. Al levantarme de la cama, en vez de hacerme sonar comencé a desperezarme a modo de estiramiento. También comencé a prestar atención a cómo dormía y cómo esa posición cotidiana se reflejaba en vicios y dolores posturales. Eso lamentablemente aún no pude modificarlo, pero creo que ya fue un paso importante haberlo detectado. Los focos de atención van cambiando en cada momento, y todos son necesarios, como faros que van iluminando el rumbo. Muchas veces el foco lo encuentro en mi fuga por el esternón, quizás producto de un vicio postural cuyo origen puedo encontrarlo en ese intentar “ponerme derecha” para evitar el uso del corset cuando era chica. Varias veces al día el foco lo pongo en mi pisada, tanto al estar parada como al caminar. Especialmente cuando me doy cuenta que está comenzando a dolerme la cintura busco sentir que en vez de pasos sobre una superficie plana puedo usar mis pies a modo de pedales y bicicletear por debajo de la tierra, y ese empuje me da fuerza, me aliviana el cuerpo y me permite rela- jar la cintura, disminuyendo la tensión en esa zona. Lo mismo busco cuando pedaleo en la bici, bus- cando también apoyar los isquiones, y al empujar tanto pies como manos para que eso repercuta en toda mi columna siento que crezco y que mi coronilla se acerca al cielo. Muy relacionado con esto, y con el dirigir la atención también a los límites de las posibilidades (porque soy hiperlaxa en muchas partes del cuerpo), logré dejar de hiper-extender rodillas y codos. Otro foco salió de un ejercicio del seminario de febrero (2015): buscando empujar el aire desde los extremos de mi cuerpo siento que crezco por dentro, que me estiro y cobro más volumen, lo cual resulta una sensación más que gratificante. Y si bien me resulta placentera en cualquier situación, la busco especialmente al bailar y la proyección cambia notablemente. También descubrí la importancia de la mirada como punto de equilibrio, ya que suelo mirar mucho hacia el piso, tanto al caminar como al bailar, y la verdad que se siente muy bien que exista espacio entre pecho y mentón. La búsqueda del concepto de soltar también fue increíble cómo me hizo repensar distintos ámbitos de mi vida. Algo que hubiera pensado que era tan simple me terminó resultando sumamente complejo. El “dejar de hacer” se me tornaba prácticamente imposible. Empecé a darme que aunque pensaba que no estaba haciendo nada seguía haciendo mucho, y que en general, con solo mandar la atención a las distintas partes del cuerpo -y respirarlas-, recién entonces lograba dejar de moverlas o tensionarlas. Me di cuenta que pensaba (y me movía) de manera fragmentada, y eso llevaba a que se cortara el flujo de movimiento siempre en alguna zona. El soltar isquiones al piso al estar parada me ayudó a dejar de quebrar tanto la cintura, lo cual hacía sin darme cuenta. Lo mismo con el soltar el esternón: cada vez que pienso en soltarlo suspiro y siento que se me relaja todo el cuerpo. Ahora me resulta prácticamente imposible no relacionar todo lo que voy descubriendo posturalmente con dinámicas de la personalidad. Otra búsqueda que me resulta muy interesante es la de hallar cómo todo está en movimiento permanente y cómo nada es recto. Eso lo comencé a sentir más que nada en los muslos, pero de a poco voy procurando buscar esa suerte de espirales en las distintas partes del cuerpo, ya que también me permiten expandirme al descargar mejor el peso en la tierra. Muchas veces cuando descanso después de algún ejercicio me suena la zona sacro-lumbar. Incluso muchas veces siento que se me liberan las vertebras del cóccix, como si de desprendieran eslabones de una cadena. Pero ya no me asusto como me solía asustar con esa clase de sonidos secos, sino que siento que son reacomodamientos de las vértebras, agradecidas de que las esté haciendo trabajar de manera diferente. Actualmente, dos años y medio después de haber conocido las clases de Alineación y por primera vez después de diez años, en los cuales ya me había acostumbrado al dolor, disfruto cada vez que caigo en la cuenta de que no me duele, y que cuando me duele sé que es cuestión de ejercitar más para que deje de molestarme. Después de toda una vida de acostumbrarme a tener siempre la nariz tapada, disfruto cada vez que me doy cuenta que ingresa aire por ambas fosas nasales. Después de toda una vida visitando médicos y tomando pastillas para calmar el dolor, disfruto de sentir que no dependo más de eso sino de querer estar bien y de hacer lo que tengo que hacer para lograrlo. Después de una vida de pensar que comía bien porque no comía muchas frituras, disfruto de haber comenzado a buscar una mejor alimentación, más consciente, orgánica y menos cargada en vano. Por todo esto, agradezco la lesión que me generó tanto dolor durante tanto tiempo, ya que gracias a ella llegué a conocer este tremendo trabajo de Alineación y puedo dar testimonio de que da frutos. Y no solo porque el dolor dejó de ser crónico sino en términos de una totalidad, porque lo principal que siento que mejoró es mi manera de ver la vida, la manera de concebirme a mi misma y cómo me relaciono con el entorno, la mayor independencia que fui logrando, la importancia que comencé a entender que tienen cosas que nunca había siquiera considerado y el estudiarme a mi misma y dedicarme tiempo en vez de solo estudiar cosas externas, que llevan a que uno se siga evadiendo de sí mismo, concibiendo su propio cuerpo como un ente utilitario e independiente.”
Sabrina Monasterio
Este testuimonio es una cita del Libro Naturaleza de la Fuerza en el Cuerpo y la Danza
Galand, Roxana. (2015). Huellas de otras danzas (testimonios de alumnos). En Naturaleza de la fuerza en el cuerpo y la danza (pp. 278-283)
